sábado, 12 de marzo de 2016

EL CIPRÉS  DE  LA SULTANA
“Zegríes y abencerrajes,
dos familias musulmanas,
enfrentadas y enemigas
en el reino de Granada… “
I
 Origen de la leyenda
Puede que fuera un zegrí,
quien dice que a “la Sultana
han visto bajo un ciprés
y  sobre amores hablaba
con un  noble  abencerraje
entre sonrisas cercanas.
Era él, un joven príncipe.
Ella, la sultana Aixa
esposa del sultán Muley,
del harén, la  destacada
La bóveda de los  cielos
lucía toda estrellada
y la luz de luna llena
los jardines aclaraba
donde  los enamorados
decían dulces palabras.
Les rodeaban rosales,
de la más blanca fragancia,
mientras que los arrayanes
los estanques abrazaban
y, en una fuente de piedra,
rodaban, suaves, las aguas.”
El  rumor vuela a las torres
de palacios y alcazabas,
aletea   entre  columnas,
circula de sala en sala
y llega al sillón del trono
con la fuerza de sus alas.
Aunque  nadie les ha visto,
y aunque nadie  dice nada,
ni mujeres del harén,
ni eunucos, ni esclavas
y  desmonta  la mentira,
Aixa, con firmes  palabras,
el Sultán  siente el rumor
clavado como una espada.
II
 Sobre la venganza de Muley Hacén
Embravecido de orgullo,
como un rayo que descarga
el fuego que le consume
sobre la tierra con rabia,
con el corazón ardiente
decide tomar venganza.
En una oscura mazmorra,
es la Sultana encerrada
y, a nobles abencerrajes,
hace  subir a La  Alhambra
invitados a una fiesta.
Treinta y siete abencerrajes
han  recibido la carta.
Treinta y seis abencerrajes
acuden a la llamada.
Todos de noble linaje
con claras camisas blancas,
zapatos de terciopelo,
túnica  adamascada
con adornos de tiraz
en los cuellos y en las mangas,
cinturones con bordados
o con perlas engarzadas,
turbantes en la cabeza
que  caen sobre la espalda,
después de ajustar  el cuello,
con caireles de oro y plata.
Los pasos con que caminan,
ondean sus largas capas.
Cuando entran al palacio,
con vestuario de gala,
con presteza se abren puertas,
con presteza son cerradas.
Reverencias les conducen,
por el Patio de Leones
hasta la primera sala
mientras la luz de las lámparas
juega con las yeserías
y el perfume de las tacas,
Después de cruzar la puerta,
la boca les es tapada.
Con alfanjes afilados,
sus cabezas son segadas.
Ni un gemido ni una queja
escuchan los que llegaban.
Y es tan terrible la escena
y  es, tan fiera la matanza,
que, en los  claros surtidores,
brota  sangre, en vez de agua.
III
Lamentos y presente de la leyenda
¡Oh , nobles abencerrajes
valientes, donde los haya!
¡Qué descontento en las calles!
¡Cuánto os lloró Granada!
Los alaridos corrían
por las calles y las casas
y  gemían de dolor
latidos  sin esperanza.
Puede que fuera un zegrí
quien dijera las palabras
para que vuestro linaje
sufriera tan cruel desgracia.
Treinta y seis abencerrajes
sufrieron de la venganza.
Treinta y seis  hombres de bien,
combatientes en batallas,
redimieron  con  su  sangre
el valor que les sobraba.
Y hasta hoy se puede ver,
cuando se entra en la sala,
pequeñas  manchas de sangre,
bajo el cristal de las aguas
y, allá en el Generalife,
un testigo que no habla:
seco  ya  y  envejecido,
“el ciprés de la Sultana”.
IV
Epílogo y   realidad de la leyenda
Puede que fuera un zegrí
quien, con ojos de una esclava,
viese en el Generalife,
por la escalera del agua
descender hasta un ciprés
a una pareja enlazada.
Puede  que fuera un  zegrí
quien a Muley le contara
que un príncipe  abencerraje
hablaba con la Sultana.
No,  sobre  temas de amor,
entre pasión desbocada.
No, con gestos de dulzura
y las más tiernas palabras.
Con sonrisas de traición
se  dibujaban las caras
cuando,  la luz de la luna,
entre susurros  sangrantes,
el  jardín iluminaba
y, sin tinta ni  papel,
un acuerdo se firmaba:
Boabdil  sería sultán
con la fuerza de las armas
de nobles abencerrajes
de la ciudad de Granada.
Puede que el rumor  secreto
saltara  por  las murallas
y llegase  a  las tertulias
de las familias más rancias.
Y, aunque la fiesta ofrecida
por el Sultán en la Alhambra,
fuese llevada por manos
en bandeja de oro y plata,
el príncipe abencerraje,
que sospechó  la mentira
encerrada en las palabras,
cabalgó sobre un corcel,
con las más veloces patas,
en busca  de protección,
hasta la ciudad de Málaga.
Mientras, otros treinta y seis
sufrieron la cruel matanza.
 Ana Egea. Poema registrado.

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