LEYENDA “EL SUSPIRO DEL MORO”
I
Del cortejo de Boabdil al abandonar Granada
Con
urgencia entre las sierras
después
de una noche larga,
entre
nubes antracitas,
se
abría la madrugada
y
por cerros de Padul,
el
cortejo caminaba.
Iba
ascendiendo, imparable,
camino de La Alpujarra.
donde
los Reyes Católicos,
tras
unificar España,
permitieron
a Boabdil
que,
a vivir, se retirara
cuando rindió
la ciudad
y
el gran reino de Granada.
Iban
las caballerías
con
aguaderas cargadas
de legumbres,
trigo, carne,
aceite
, fruta escarchada…,
baúles
llenos de ropa:
aljubas,
marlotas, capas,
albornoces,
capellares,
abalorios
de oro y plata.
En
cofres también, alfanjes,
puñales
y cimitarras,
instrumentos
musicales,
espejos
y bellas lámparas,
pebeteros
y perfumes,
las
corazas más preciadas…
Acompañando
a Boabdil,
su
madre, llamada Aixa.
el
visir y los escribas,
Ahmed,
la bella Moraima
y
nobleza granadina
que
al Sultán aún respetaba.
También criadas y esclavos
llevando
oro en un arca
que
vigilaban, atentos,
soldados
con fieras armas.
II
Primer suspiro: la ciudad
En
la ladera del monte,
miró
el Sultán a Granada.
¡Qué
gran hermosa ciudad,
al
pie de Sierra Nevada!
Sobre
dos suaves colinas,
Albaicín y la Alhambra,
destacando
los palacios
y
torres de la Alcazaba.
Verdeaban
los jardines
entre las casas muy blancas
y talleres
descendían
por las calles apiñadas
con
herreros, tejedores
zapateros
de gran fama,
cuchilleros,
carpinteros,
fabricantes
de fragancias,
caldereros,
curtidores…
Y la lonja con subastas
de productos de Almería
y de tierras más lejanas.
Con minaretes dorados
y
destellos de cerámica
la
mezquita principal,
donde los viernes se oraba;
lleno
de color, el zoco,
con
mil voces que volaban
de
las tiendas con esencias,
a sederías muy caras,
desde
alfombras a tapices
o a
las más lujosas lámparas.
Bajo
el puente del Cadí,
el
Darro con aguas claras
caminando
hasta el Genil
al pie de recias murallas.
Los
cielos limpios, sin nubes,
sobre
las nieves más altas.
El corazón de Boabdil
suspiró mientras miraba:
_¡Ay de mí, soy desterrado
de la ciudad de Granada!_.
Desde los ojos rodaron,
como diamantes, dos lágrimas.
III
Segundo
suspiro: los palacios
Triste,
levantó la vista
a torres de la Alcazaba
y a
los lujosos palacios
donde
antes se alojara.
Hermoso,
el Generalife;
extraordinaria,
la Alhambra.
Aún
con los ojos cerrados
¿recordar? Sí. Recordaba
el
oasis de
frescura
como
regalo del agua,
los
fulgores de la luz
y la opulencia de estancias:
el
Mexuar con celosías
donde
con la ley hablaba,
el
salón de Embajadores
cuya
bóveda fantástica
miraba desde Ocho Cielos
a
la corte congregada;
con
sus bellos ventanales
el
mirador de Daraja,
muda
belleza de encaje
en
yeserías caladas.
Engarzado
en el paisaje
era
como una arracada
del
frenesí de verdores
con
que vestía Granada.
O
el patio de los Leones,
donde
siempre gorjeaba
la
brisa entre las columnas
bellos
cánticos de agua,
techumbres y capiteles,
cerámicas
estrelladas
cristaleras,
celosías
con
cuya luz tamizada
jugaban los mil colores
de
las paredes y tacas,
columnas
de porte altivo,
estucos,
piedra labrada…,
el
perfume de jardines
paseando
por las salas,
estanques
y surtidores,
el
agua rodando clara…
El corazón de Boabdil
suspiró mientras miraba:
_¡Ay de mí, soy desterrado
de la ciudad de Granada!_.
Desde los ojos rodaron,
como diamantes, dos lágrimas.
IV
Tercer suspiro: La vega
Bajó
los ojos y vio
la
hermosa vega, arrasada.
Aún
con los ojos abiertos,
¿recordar? sí, recordaba
la
fertilidad infinita
que
rodeaba Granada.
Destacaban
las moreras
entrelazadas
las ramas,
alimento
de gusanos
que
la seda fabricaban;
higueras
con dulces higos,
ciruelos,
uvas de parra,
manzanos,
altos nogales,
membrillos,
rojas granadas…
Entre
los huertos acequias,
con
aguas rodando mansas
y
multitud de hortalizas:
nabos,
habas, calabazas
para
los ricos arropes,
legumbres
y remolacha
y,
acercándose al lugar
desde
donde contemplaba,
trigales
al sol dorados,
las
espigas de cebada,
bancales
llenos de olivos,
y
almendros de almendras blandas.
En
las cumbres de las sierras
la
blancura deslumbraba
coronando
un paraíso
de
belleza y abundancia.
¡Qué
paisaje tan distinto
al
que ahora contemplaba!
Era
invierno. Densas nieblas
cubrían la vega baja
ocultando
tierra muerta
llena
de rastrojos, parda,
flor
inútil de la guerra
tierra
vacía, sin alma…
Soledad
en las arboledas.
Silencio
en las enramadas.
Triste
doraba la luz,
las
frialdades del agua
en recorridos sin rumbo
entre
alquerías y casas
y
hasta las sierras sufrían
derrotas
de nieve blanca.
El corazón de Boabdil
suspiró mientras miraba:
_¡Ay de mí, soy desterrado
de la ciudad de Granada!_.
Desde los ojos rodaron,
como diamantes, dos lágrimas.
V
Dureza de la despedida: de las palabras
de Aixa a Boabdil
En
corcel enjaezado
árabe,
de pura raza,
iba
el Sultán cabalgando.
Llevaba
una larga capa
color
rojo carmesí
con
media luna bordada.
Engalanada
en dorado,
sobre
el cuerpo, la coraza.
A
la cintura, en el cincho,
la
espada, toda de plata,
con
filigrana en el puño,
reflejaba
las montañas.
Quiso
marchar a escondidas
durante
el alba temprana.
Quiso
evitar el horror
del
desprecio que causaba.
Sentía
sudores fríos,
aquella
fría mañana.
Perdía
brisas de trinos,
gozos
de verdes fragancias,
música
de surtidores,
limpios
espejos de agua
abrazando
el arrayán
los
pétalos de la Alhambra,
poesía de la piedra
bajo
la luz más dorada.
Perdía
lo más querido:
la
posesión más preciada.
Despedía con angustia
la Sabica coronada,
alhaja
de los Sultanes,
ahora
en manos cristianas.
Con
el corazón partido
de
dolor y de añoranza,
gemían
los ojos vueltos,
ciegos,
sin fe ni esperanza.
El corazón de Boabdil
suspiró mientras miraba:
¡Ay de mí, soy desterrado
de la ciudad de Granada!
Desde los ojos rodaron,
como diamantes, dos lágrimas.
Se
acercó hasta el Sultán
su
madre, la honesta Aixa
y
le dijo a Boabdil
cuando
vio cómo lloraba:
_“Llora
como una mujer
por el reino de Granada.
Como
hombre no supiste
defender,
lo que tú amabas”
Silencio.
Sólo silencio
en
el fondo de su alma.
Silencio.
Sólo silencio
y enrojecida , la cara.
Silencio.
Sólo silencio.
Vergüenza
del que fracasa.
Las
brumas del desconsuelo
se
expandían en bandadas
sobre
la cabeza vuelta
en
la dura retirada.
Lenta giraba la senda
la ladera desgarrada
y
las sombras del cortejo,
con
la tristeza más árida
despidieron la ciudad
que
quedaba a sus espaldas.
Las
voces, todas a una,
se
alzaron de las gargantas
y
una lluvia de alaridos
cayó
sobre las montañas.
Y
luego, todo silencio
y
hacia el Sultán, las miradas.
Boabdil
espoleó
las
riendas que lo llevaban.
Fuera
se oyeron los cascos
que
golpeaban con rabia.
Dentro gritaba el dolor
por
abandonar Granada.
VI Epílogo
El
sol giraba en el cielo
prendido
entre tibias llamas.
Al
frente sierras de Líjar;
al
oeste, de Almijara.
Pendientes
y barranqueras
bajo
indomables montañas
abrazaban al cortejo
que,
implacable, se alejaba.
Entre
retamas, romeros,
esparteras
y aulagas,
bajo
el peso del silencio,
opresor
de la garganta,
el dolor
se hacía sed
y Granada era el agua.
Ni
la luna del Magreb
ni
las estrellas que hablaban
ofrecieron fiel ayuda
ni señales de esperanza.
El
hambre era señora
de
la ciudad asediada.
El
ejército, un retazo,
sin
la fuerza necesaria
para
defender palacios
y
fortalecer murallas…
Nadie
entendería nunca
que
la rendición pactada
fuese lluvia
generosa
sobre
la ciudad que amaba.
Nunca
deseó ver sangre
bajo
cuatro mil espadas
ni
correr entre las calles
el río de la venganza.
No, la muerte de
notables
ni su estirpe aniquilada,
ni las almas de
inocentes
gimiendo sobre
almohadas.
El
amor que le llovía
desde
rincones del alma
deseaba dar la vida
por la vida de su amada,
pero
la guerra destruye
con
la fuerza de sus garras
y prefería
marchar
al
destierro en La Alpujarra
antes
que ver la belleza,
a
la que tanto él amaba,
bajo
el tifón de combates,
en
los suelos , arrasada.
El corazón de Boabdil
suspiró mientras pensaba:
¡Vive, aunque lejos de mí ¡
¡Vive, mi bella Granada!
Desde los ojos rodaron,
como diamantes, dos lágrimas.Ana Egea
Leyendas del Reino de Granada. Registrado
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